Lev Jardón Barbolla
7 de abril de 2020.
Fui al mercado y a comprar la carne. Ir por la carne es una oportunidad única para ilustrarse en materias aparentemente disímbolas. «El Pollo», como es conocido en la Colonia Santa Úrsula quien paradójicamente se dedica a rebanar res y cerdo, siempre tiene plática interesante y plantea problemas que uno no imaginas que existen.
Por ejemplo, hoy martes de semana Santa, ante las múltiples pedidos de carne de cerdo, respondía apenado y concierta angustia “nada de cerdo Doñita, no hubo matanza». Después, en el guiño didáctico que tiene conmigo cada tanto, volteó a verme y explicó: «Pues sí Profesor, es que como se atraviesan los días de semana Santa, los rastros no trabajan y a mi me gusta vender carne que sólo congelo 48 horas para matar los bichos y ya luego luego a venderla, ni modo de llenar mi congelador, si de por sí es chico”.
Por supuesto yo pregunté por qué no trabajan los rastros, si los días santos son hasta pasado mañana… Y El Pollo volvió sobre su conocimiento socio-teológico del cerdo: «es que los rastros saben que no se vende mucho cerdo en jueves y viernes santos, y entonces mejor les estos dan los días a los trabajadores. Mire Profesor, la gente que me pide costilla con falda es para cocinarla ahorita, la que pide la falda sola, la va a congelar para hacer pozole pal domingo. Y mire usted que curioso, los meros días de la semana mayor, es cuando los rastros empiezan de nuevo la matanza de puercos…»
Yo apuré a guardar mis bisteces (de res, claro) para desalojar el local y dar paso a la siguiente clienta y cuidar la distancia de la COVID-19. Mientras, El Pollo contestaba a otra señora: «Cecina enchilada, hasta el sábado de gloria»…