Compañero caracol

Caracol Roberto Barrios
Caracol Roberto Barrios

Un día que estaba jugando a los piratas encontré una concha hermosa. Era de estas que cuando las miras, contemplas toda la perfección de la naturaleza en una pieza. De las que cautivan al ojo por su sencillez y adulan a los dedos con la suavidad de su forma. Las que quieres llevarte y cargar en la cartera, pero se maltratarían y desgastarían con las monedas.

Tan delicada era que la cogí, pero no me atreví a jugar con ella. En eso, se asomó de la concha un pequeño caracol. Con una discreción que no conocí de mí, intenté de suprimir la risa. Era de una fealdad sumamente simpática. Era deforme y baboso, y tenía de estos ojos telescópicos. Pero una antena era más chica que la otra, lo cual seguramente le hace sufrir ante sus amigos caracoles, pensé.

Me fascinaba, y deben haber pasado fácil 5 min que ya me lo quedaba mirando de cerquísima, cuando me preguntó -Juegas conmigo?- Sorprendido y enrojecido empecé a jugar con él, torpe y tímido al principio. Empezamos a jugar, y al poco rato logramos a construir con nuestra ligereza juguetona este puente efímero e indestructible que puede haber entre moluscos y humanos.

Yo era el pirata cojo, el era mi timonel. Yo eremita y su concha mi cueva. O yo de caballero negro y él la dama que había que conquistar. Le enseñé todos mis juegos y los completaba en perfecta harmonía. Era el tiempo más feliz que jamás he convivido con un caracol.

Hasta un día le dije que se inventara un juego él, para seguirle. Me miraba con una ternura como no la he visto en ningún humano, y todavía tenía la impresión que con las antenas me hizo un gesto de adiós antes de que se retirara a su concha. Yo no entendía todavía y le esperé. Le esperé hasta el atardecer, después me fui a mi casa. Regresaba a la mañana siguiente y lo esperé. Así lo cuidé 3 días para que nadie se lo lleve y lo cargue en su cartera, porque con las monedas se desgastaría. Cuando regresé el cuarto día, el mar se lo había llevado.

Stefanie Kralisch