«Dedico este cuento a todas esas personas que a pesar de la adversidad luchan, también a Quique y a mi padre.»
Al lado de la ventana el sillón y en él Gustavo Martínez, sentado, observando la calle desde la ventana.
Ya hace tiempo que no salía a la calle, ya hace tiempo que ni siquiera le daba la vuelta a la manzana y ya hace tiempo el aire dentro del cuarto le era pesado, a pesar de tener la ventana abierta.
Pero pues como no podía caminar sin apoyarse le era difícil salir a la calle sin ayuda. Para esto los doctores y fisioterapeutas le había recomendado usar una andadera, pero como son las cosas en los servicios de salud pública, la andadera todavía no llegaba y ya habían pasado más de dos semanas de cuando le habían dicho que llegaría la andadera y él seguía esperándola.
La andadera…
Pero ¿cómo había llegado a este estado?
Fue hace tiempo que un buen día despertó en el cuarto del hospital y nada, ya no podía pararse ni para ir al baño. Gustavo no recordaba como había llegado ahí, el solo recordaba que antes de despertar, antes de recuperar la conciencia, él estaba en camino, en la carretera, en un autobús.
Recordaba como en un sueño el camino en el autobús y como de un sueño sin sueños despertó en el cuarto del hospital pegado a la cama sin poder parase, sin poder moverse.
Pues así fue, un accidente en el camino, en la carretera, donde casi deja la vida Gustavo, donde casi la vida se le escapa. En el lugar del accidente ya todos lo daban por muerto cuando llegó la ambulancia, pero tuvo suerte, pues un rescatista insistió en llevarslo al hospital a pesar que todos los otros lo daban por muerto o bueno casi muerto.
Pues si, tuvo suerte pues fue por esa necedad del rescatista que llegara al hospital y fue por eso que se entero su tío, quien recorrió kilómetros y kilómetros para estar junto a Gustavo y ver como se le podía ayudar.
Y nuevamente en el hospital los médicos ya no daban mucha esperanza y el tío de Gustavo a moverse y moverse para lograr cambiarlo de hospital y de lugar, pues en ese hospital no iban a ayudar más a Gustavo. No porque no quisieran sino porque no tenían los medios. Fue así que el tío de Gustavo logro llevarlo al hospital de la capital, a pesar de todas la trabas posibles que le puso la burocracia. Fue así que Gustavo se salvo. Por la necedad de un rescatista y de su tío, quienes no perdieron la esperanza.
Ahora, ya habían pasado muchos meses de esa angustia, de esa lucha por su vida, ahora estaba en casa vivo, pero sin poder andar, esperando la andadera.
En este punto de la narración todo sabemos lo que hizo Gustavo mientras esperaba la andadera. Lo sabemos, pues no puede ser de otra manera, pues sino no estaríamos contando su historia y a pesar que todos sabemos que es lo que sucedió nosotros no queremos dejar de contarla pues nos es importante.
Como ya lo hemos dicho, a pesar de tener la ventana abierta, el aire dentro del cuarto ya le era insoportable a Gustavo y la impaciencia se apoderaba cada momento un poquito más de él. Fue entonces cuando tomo la decisión de salir a la calle sin andadera.
Fue así que Gustavo se levanto y apoyándose primero en la cama, después en los muebles, en la pared llegó a la puerta y salió del cuarto, cruzó el departamento para abrir la puerta de entrada o salida.
Bajo las escaleras más bien colgado del barandal y al llegar a la puerta del zaguán la abrió y salió a la calle.
En la calle recargado en el marco de la puerta pudo observar a la gente como iba y venia a paso apresurado, sin detenerse sin mirar ni observar nada que no fuera el destino ciego de quien camina sin pensarlo y sin percatarse del hecho que esta caminando, pues el caminar solo es un medio, medio del cual Gustavo ya no gozaba en su totalidad.
Gustavo observo a la gente, a la calle, la puerta del zaguán y trato de ver su ventana desde abajo.
Se preguntaba como se vería su ventana desde allá abajo, como lo vería la gente desde la calle, si es que alguien observaba. Pero desde el zaguán no se tenia un buen ángulo para poder ver su ventana.
Para verla, tenia que alejarse un poco de la pared y del zaguán y para realmente verla era mejor tendría que verla desde el otro lado de la calle. Así fue que por esta curiosidad Gustavo se aventuro a caminar apoyado de la pared a la esquina. Una esquina extraña; tal vez; extraña pues tenía un semáforo peatonal y no siempre hay esos semáforos en todas las esquinas.
Al llegar a la esquina se impuso de la pared al poste del semáforo tomándose con las dos manos de él y espero a que se pusiera en verde.
Verde y Gustavo se lanzo al abismo del crucero…
Caminaba sin poder doblar las rodillas, sin tener cosa alguna en donde apoyarse, tambaleándose a cada paso y cada paso era un logro y el semáforo cambió como con la prisa de los transeúntes y del transito, como con la prisa que el mundo entero lleva y no se ha percatado de Gustavo quien se encontraba en medio del crucero donde ya no había retorno, donde solo era posible el adelante, ahí se encontraba Gustavo.
Así que continuo su andar a pesar de la impaciencia de los vehículos motorizados, a pesar que ellos llevaban prisa y el verde les daba el derecho de vía.
Pero ¿cuál es el derecho de vía cuando alguien como Gustavo va cruzando la vía?
No les quedo más remedio que esperar a que Gustavo cruzara.
Al alcanzar el otro lado del crucero, Gustavo se tomo del poste del semáforo con sus dos manos, fatigado volteo al frente y nos regalo una gran sonrisa.
Nosotros lo vimos, regresamos la sonrisa y bajamos la cabeza en silencio en señal de respeto, admiración y saludo…y Gustavo volteo a ver su ventana desde donde esperaba su andadera.
Esa fue y es la historia de la que fuimos testigos.
Esa fue y es la historia de Enrique nuestro tío.
alf-redo-Ik…mil-puertas-Viento…